En estos
tiempos de Navidad, en los que nos llenamos la boca de lo buenos que somos quisiera
hacer una breve reflexión sobre la historia de la humanidad.
La historia de la humanidad es la del blanco y
el negro, la del avance y el retroceso, de la bondad y del espanto, en
definitiva de la ambivalencia en la que convive la humanidad en una sociedad
que es capaz de lo mejor y de lo peor. Como colofón podemos decir que la
historia de la humanidad es la lucha por, del, y para el poder.
La humanidad
en líneas generales ha avanzado y mucho, en especial en los últimos 300 años.
Los pilares de este avance que todavía perduran en la actualidad los podemos
situar en el siglo de las luces, la revolución industrial y la revolución
francesa, 3 acontecimientos que marcan el siglo XVIII. Así como varios
detonantes del siglo XVII como son la revolución inglesa, (enfrentamientos
contra la nobleza) y los enfrentamientos con la iglesia por parte del método
cartesiano.
En estos 300
años el declive de la iglesia en el mundo occidental es imparable y en
progresión geométrica en el último medio siglo. Sin embargo, la caída de la
nobleza no ha sido tan pronunciada y con la llegada de la burguesía se ha
mezclado y combinado con la nueva clase social emergente nacida de la
revolución industrial y de la revolución francesa, digamos los listos de la
clase, (entiéndase los listos del pueblo).
En
consecuencia, no nos gobiernan los de siempre, son sólo una parte de ellos. Lo
que ocurre que dinero y poder van de la mano y quieren lo mismo, no quieren
compartir y quieren más y para ello antaño servían la guerra, la inquisición,
los impuestos, la extorsión, los monopolios, díganme pues ustedes en que ha
cambiado el mundo?.
Como he
dicho al principio hemos avanzado y mucho en los últimos 300 años comparados
con los 5000 anteriores, sin embargo es la bestia que llevamos dentro que no
cambia y que nos lleva a cometer y repetir los mismos errores de siempre y no
sólo eso, y lo que es peor, a cometer de nuevos cada vez más terroríficos y
horrorosos, la maldad no tiene límites